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domingo, 26 de julio de 2009

Cinco Minutos...




Como cada mañana, he despertado antes que mi reloj me avise que es hora de trabajar. Cinco minutos para convencerme que es necesario levantarme y comenzar el día. Preciosos instantes para animar al cuerpo a salir de las profundidades del sueño, ya que en sólo míseros cinco minutos, apenas suene esa malvada alarma, tengo el tiempo justo para la ducha, el desayuno y la carrera a tomar el bus.


Si me rebelara ante el sonido de mi despertador... gran dilema... no sé cuantas veces lo he pensado camino al trabajo. Sería como una protesta pacífica, traducida en un suave movimiento de mantas, cómplices de mi huida hacia el sueño nuevamente. Pero, la realidad me dice que si no trabajo, ese par de libros pendientes de compra y la cuenta del internet van a tener que esperar un buen rato. Es una crueldad, hasta mis pasatiempos pendientes de una paga mensual. Ah y claro... tengo que comer y los víveres se compran con dinero, otro detalle para los pro al trabajo.


¿Será posible que alguna vez uno de mis fantásticos sueños se haga realidad? como aquel que me mantuvo feliz toda una semana. Despertaba en una enorme casa y todas las paredes eran repisas con libros, más un grandioso computador que jamás se descomponía y que decir de un closet que hasta Donatella Versace envidiaría. Fui feliz imaginando los títulos de los libros, toda la música almacenada en esa laptop maravillosa y... ay... ese vestido azul que me hacía parecer una actriz de cine, camino a la premiación de los Oscar. Iba tan bien hasta que la cochina realidad me dijo que tenía que lavar toda mi ropa o andaría impresentable, así que tuve que dejar la ensoñación y usar un buen suavizante para las blusas y sacar unas cuantas manchas de mi chaqueta favorita.


¿Acaso mi reloj se ha descompuesto? ya han pasado, creo, más de cinco minutos y jamás me he equivocado en el conteo. Bueno casi nunca me he equivocado, salvo cuando soñé que tenía que ir al trabajo y eran las 4 am. Ah, también cuando se fue la electricidad y olvidé ponerle baterías para caso de emergencia. Pero esto es raro, a ver... una vuelta hacia el otro lado de la cama y enfrentar a mi verdugo matutino. Sería muy estúpido que sonara en mi cara y terminara pegada al techo por el ensordecedor ruido de aquel aparatejo, pero no saldré de la duda si me quedo en esta posición y probablemente estaría demasiado atrasada para mi rutina laboral.


Uno, dos y ... veamos. Ay Dios, no son dos veces las que me he equivocado, hoy es la tercera... y, como diría mi abuelita, es de valientes asumir los errores, aunque sean como este. Que patético, es ¡Domingo!


Usaré las mantas para reingresar al mundo de los sueños y como apoyo para cubrir mi vergüenza. Yo quejándome de falta de descanso y lo hacía justo en mi día libre. Dejaré la cháchara antes de que el sol se haga presente, así que...


¡Buenas Noches!

martes, 23 de junio de 2009

El amor es...




Desafiada por PPC les dejo un cuento:


El amor es... un niño, travieso maestro de los disfraces. Y tiene tantos, que esta pequeña lista apenas pudo mostrar algunos, porque tiene la misma cantidad como personas viven en este mundo.

Se disfraza de empujones, para disimular comentarios halagadores y evitar que el suave rubor de las mejillas se transforme en el tono de toda la cara.

Puede transformarse en carcajadas, pretextando cosquillas antes que asumir la electricidad que se produce en aquel abrazo descarado.

Lo vi convertido en un papel arrugado, donde mostró lo impaciente que puede ser cuando las noticias tardan en llegar.

Frecuentemente se viste de suspiros, justo en aquellos momentos en que quiere volver a recordar algo o quizás a imaginar alguna cosa.

Se ha aparecido como esa canción, la que parece repetirse una y otra vez en la mente y termina convertida en un suave tarareo.

Y en un suave baile, al querer descargar toda esa energía que es acumula al verse oculto en las sombras.

Tal vez su preferido y el más evidente es convertirse en mariposas en el estómago, agrupando a tantas como estima conveniente... hasta provocar molestias que pareciera no se terminan nunca.

¿Es que se aburrió del juego? ¿Por qué quiere que lo descubran?

Es que a este travieso le encanta crear nuevos atuendos. Así que apenas lo descubren, vuelve a la carga con una tonelada de colores, formas y sensaciones... la práctica hace al maestro y este pequeño va por buen camino.


*La Foto es cortesía de una pasada por imágenes de google. Así aclaro que no me pertenece y que ha sido usada para ilustrar esta pequeña locura...




Una Inesperada Compañia en el Adiós


La casa tenía el toque de ambos: Los colores pasteles que ella tanto amaba y los muebles prácticos que le hacían la vida más cómoda a él. La elección de las cortinas fue una tortura, pero luego de dos semanas de peleas dieron con las indicadas. ¿Cuadros? uno por habitación y nada más, porque suficiente era una imagen para darle la vida a un cuarto. Y sonriendo para sí mismo, agradeció profundamente los traumas de niñez compartidos sobre los adornos, porque hicieron que su casa no fuera una colección de cachivaches y se convirtiera en su refugio perfecto. Aunque, como el hechizo de la cenicienta, apenas cumplido un año ya se había perdido el encanto del lugar perfecto para un par de almas, que se creyeron gemelas.

Respiró hondo y cerró los ojos, recordando las tardes de risa, conversaciones y caricias. Podía sentir sus voces, acompañadas de aquella música cómplice, esa que estaba apilada en forma de torres de discos compactos de tantos estilos, que hasta el mayor coleccionista tardaría años en descifrar tantos estilos juntos. Bastó que los abriera, para sentir el golpe de la realidad e instintivamente volver a cerrarlos.

En su mente todo era tan real, porque se quería convencer que quizás el tiempo había retrocedido para darle una segunda oportunidad… o tal vez... eso era lo que sucedía... algunas voces traviesas se habían escondido en alguna esquina y hoy eran un pequeño regalo en aquella tarde. Pero, por dolorosa que fuera, la verdad había que asumirla nuevamente, sin calmantes. Se forzó para mantener bien abiertos los ojos, aunque la tentación de volver a la ensoñación fuera muy fuerte, porque ya no había pie atrás y la nostalgia tenía que marcharse por donde había venido.

Quien iba a pensar que este viaje romántico iba a terminar en la primera escala. Cuantas veces conversaron lo horrible que sería la muerte del amor y no se percataron que tenían un velorio en casa, mucho antes de aquella triste conversación. El silencio le advirtió que algo sucedía. Se instaló entre los dos, como si fuera una barrera impenetrable. Lo maldijo cuando se instaló como el tercero en su cama, en un puesto en su mesa y el acompañante durante los días de compras. Primero muy discreto, haciendo que las pausas entre frases se hicieran más largas, hasta que se convirtió en el personaje principal de sus días como pareja.

Por mucho que usara una variedad de recursos verbales para derrumbarlo, ya ni siquiera hacía efecto el cuento del nuevo traje de Black, el perro del vecino. Pobre can, cuantas veces fue humillado con esas capas de nubes y flores de patchwork. Su especialidad era hacerla reír imitando al pobre can, tan incómodo con su estrafalario atuendo, que más de alguna vez terminó hecho un lío al tratar de zafarse. Cada vez tardaba más en hacer su aparición, hasta que un día se quedó parado junto a la ventana, con una rutina tan cómica, pero que no fue presentada porque la espectadora se quedó en su sillón… acompañada por el maldito silencio.


¡Por Dios! ¡Como extrañaba esa risa! Esas fuertes carcajadas, que no se compadecían de nada y de nadie. Y ese final casi asmático, que ella justificaba diciendo que era alergia, pero que él sabía era parte obligatoria de aquel concierto. Sí, para él era el mejor concierto, tanto que más de alguna vez se esforzó en contar bien aquella broma que escuchó en el almuerzo, todo para sentir esa cascada convertida en risa que lo energizaba, mejor que cualquier tónico revitalizante.

Hasta que un buen día decidió sacar a patadas a aquel molesto visitante, porque en su casa sólo había espacio para visitas gratas y este ya estaba pasando a ser todo un estorbo para el buen vivir. Aprovechó aquella tarde lluviosa, cuando ambos se habían refugiado en su enorme cama y la luz había decidido irse a bailar con la tormenta. Ella se sobresaltó cuando la tomó firmemente de una mano y la miró a los ojos, sintiendo que todo se iba a negro cuando ella lo miró con tristeza y trató de zafarse suavemente del agarre.

“Yo… “ fue el comienzo de una larga charla, tanto que ni se dieron cuenta cuando la tarde se hizo noche y ésta le dio la bienvenida al día nuevamente. “Pensé” fue la palabra que le provocó un nudo en la garganta, mientras que “creí” fue aquella que le oprimió el pecho e “intenté” terminó por convencerlo de algo. El silencio no era un maldito, porque jamás quiso dañarlo. Apareció como un misterioso ángel protector para evitar que asumiera la verdad, que ella había dejado de querer... lo. Se arrepintió de tantos insultos para aquel amigo incomprendido, que hizo lo imposible, pero no pudo evitar que le doliera descubrir la verdad.

Cuando decidieron salir de la cama, el plan ya estaba listo y las maletas perdidas en el ático, supieron que su destino no sería una isla del Caribe, sino un departamento perdido en los suburbios. Que difícil fue admitir que ni siquiera un atisbo de esperanza se había hecho presente en aquella conversación. Aunque la invocó mentalmente, no quiso darse una vuelta para iluminar aquella oscurecida habitación.

Quien iba a pensar que el silencio era el bueno, suspiraba asiendo el pomo de la puerta. Quería evitar ese click que significaba el adiós definitivo, pero nada sacaba con mentirse tontamente. Puso ambos pies fuera y tiró de ella de un golpe, uno que le remeció de la cabeza a los pies, tal como pasó con la casa. Caminó lentamente hacia su auto y encendió el motor, teniendo de copiloto a su maleta y un largo viaje a su antiguo departamento de soltero.

En medio del camino varias preguntas pretendían distraerlo de la ruta. ¿Cómo iba a decirles a su familia y amigos? ¿Qué dirían de aquella separación tan abrupta?

El silencio le tocó discretamente un hombro, haciendo que se concentrara en el camino. Su amigo esta vez lo haría bien y respondería a todos los curiosos, al menos por un tiempo. Ya cuando se sintiera mejor le dejaría partir o quizás lo llamaría para que se acompañaran en alguna tarde lluviosa.